Friday, November 12, 2010

Editorial 2010 - El público sinfónico

           
            El cambio de autoridades en la Secretaría de Cultura de la Nación en julio del año pasado fue un paso en la dirección correcta: la Orquesta Sinfónica Nacional pudo volver a presentar el gran repertorio sinfónico, generalmente en el Auditorio de Belgrano, siempre colmado. La crítica especializada dio testimonio (*-*-*) del constante nivel artístico de la agrupación que además cumplió este año el papel de representación que le corresponde en varios actos del Estado y festejos populares del bicentenario.
            Una mirada a las grandes líneas históricas del desarrollo y de la recepción de la música sinfónica permite ver con claridad el error de concepto en la conducción institucional del anterior equipo Nun/ Goldman:
Las primeras agrupaciones instrumentales complejas de músicos profesionales nacieron en el siglo XVI en las cortes europeas, donde se desempeñaban al servicio del respectivo representante de la nobleza, encargándose del marco musical de actos y festejos de dicha corte.
La música resultó ser un elemento enriquecedor para obras teatrales. A mediados del siglo XVII estalló una producción de obras operísticas para un público conformado por ciudadanos prósperos de los centros culturales de la época.
A fines del siglo XVIII y durante el siglo XIX, la así llamada burguesía se apropió de manera creciente de aquel terreno que en tiempos feudales había existido para el deleite de unos pocos privilegiados. Se puede decir que la creación de obras musicales acompañó o anticipó esta “revolución cultural”. La admiración de la que goza por ejemplo una figura como Beethoven, está basada – entre otras razones – justamente en el hecho de que su obra refleja de manera tan abstracta como grandiosa la emancipación del individuo y ciudadano. La forma musical más emblemática de esta transformación social es la sinfonía.
La cultura sinfónica de las grandes orquestas - hoy plenamente democratizadas y con sus integrantes en empleo público estable - llegó en el siglo XX a la cima de representatividad de las sociedades y Estados nacionales, como así también a la cima de profesionalismo, de brillo artístico y de difusión.

En la Argentina, las convicciones de los gobernantes del año 1948 asentaron en el Decreto de Fundación de la Orquesta Sinfónica Nacional que la música interpretada por dicho conjunto tenía que resonar en los más remotos rincones del territorio nacional y ante todos los ciudadanos (además, ante los oídos del mundo entero, en digna representación del país).
La respuesta del público es siempre la misma: no importa si tocamos en salas de concierto o en la vía pública, en una fábrica recuperada en Ushuaia, un estadio en las afueras de San Miguel de Tucumán, la plaza central de la ciudad de Córdoba, un salón de club de barrio en Comodoro Rivadavia, ante los trabajadores de los altos hornos de Zapla o en el mismísimo Teatro Colón; ni siquiera tiene importancia si los oyentes tienen experiencia con el género o no. Presenciar en vivo una orquesta sinfónica en acción parece ser una experiencia inolvidable. La imagen es tan importante como la música. El espectador no puede dejar de percibir que la cosa tiene algo que ver con él y con los anhelos más íntimos que cualquier ser humano guarda en su alma. Se encuentra ante individuos visiblemente comprometidos que construyen conjuntamente, en paz y con respeto al prójimo, piedra por piedra (nota por nota), rebosantes de vitalidad pero con concentración y seriedad, un mundo rico de significados, lleno de pasiones y colores, coherente en sí mismo, con propósito, comienzo, desarrollo y fin. Cualquiera sale enriquecido de una experiencia semejante, no importa si puede o no dar palabras a su conmoción.
Ya no hace falta preguntar qué animosidad personal o qué grado de ignorancia llevó a las anteriores autoridades de Cultura a menguar sistemáticamente la presencia de la Orquesta Sinfónica Nacional en todos los posibles escenarios. Su error fundamental fue considerar que la cultura sinfónica no es un elemento grato o necesario para la sociedad argentina. Con ese concepto, a largo plazo hubieran provocado una paradoja política: el arte musical universal no hubiera desaparecido de la faz de la tierra, mal que le pese a los sentimientos de encono de un funcionario argentino. Solamente se concentraría nuevamente en los círculos de gran poder adquisitivo del planeta – concepto en el que también se encuadra la butaca a 200 U$D en nuestro Teatro Colón- , lejos de los trabajadores y de los ciudadanos de regiones marginadas por distancia geográfica. En resumen: una política progre que pretendía querer lo mejor para la gente nos estaba conduciendo directamente a la distribución de privilegios culturales típicos de siglos pasados.-
El cambio de rumbo llegó antes de haberse producido algún daño irreparable. En una Nación en la que se toma en serio el concepto de la equidad, todos y cada uno tienen que tener acceso al arte universal, y - ¿por qué no?, tratándose del gran repertorio de la música sinfónica y de un pueblo tan musical como los argentinos - en un ámbito arquitectónico adecuado.
La construcción de una modernísima sala de conciertos dentro del Centro Cultural del Bicentenario en el antiguo Palacio de Correos está en sintonía con las necesidades culturales de la sociedad argentina y no cabe duda de que su equipamiento con la mejor tecnología electrónica y la transmisión de los conciertos vía medios de comunicación es hoy la principal manera y mejor garantía de llegar realmente a todos los hogares.
Todo indica que el actual Gobierno está llevando a cabo el proyecto con decisión y eficiencia.
El mismo Gobierno afirmó que la mencionada sala, la “Ballena Azul”, será la sede de la Orquesta Sinfónica Nacional. Ahí nos presentaremos al publico nacional e internacional en franca competencia con las agrupaciones más prestigiosas del mundo que – sin duda – van a querer incorporar este nuevo espacio en sus itinerarios de giras internacionales.

Ya que este sitio del Internet es un órgano gremial, no debe faltar una observación tan típicamente gremial como acertada: mantener un organismo artístico a la altura de los requerimientos, atraer los mejores instrumentistas argentinos (o frenar su migración) es – entre otras cosas – cuestión de una inteligente política salarial.